No puede haber mejor promoción para la vuelta de una serie que haber ganado hace apenas dos semanas un (injusto) emmy a mejor serie dramática y otros dos (discutibles) a mejor actor y actriz principal por sus respectivos protagonistas. Con 1,7 millones de espectadores regresaba este Domingo a Showtime la que ya es de forma indiscutible la gran revelación del 2012. Homeland está arrasando de una forma que casi da miedo, y el capítulo con el que se presenta de nuevo en sociedad planea seguir manteniendo esas altas cotas de calidad y fina ironía político-social que la han convertido en todo un fenómeno.
Instrucciones para que todos amen tu serie
Que tanto a nivel de guión, de construcción de personajes, de realización, empaque visual y de prácticamente todo Homeland es buena lo veo objetivamente imposible de negar. Se emite en una cadena de cable. Aunque es mainstream. Joder que si lo es. Esta Rubicon para que la entienda todo el mundo es tan mainstream que podría amedrentar a cualquier amante de la saga de Holden Caulfield que correría veloz a refugiarse bajo las sábanas mientras alcanza el sosiego con su peli de John Cassavettes (o de Wim Wenders si ese día llueve). Esa cULTURA. La de las subvenciones, la ceja, la disidencia social y la moralina.
Si esta serie era merecedora del Emmy es más rebatible. En mi opinión, no. Y no solo porque estos premios se hayan empeñado en demostrarnos a lo largo de los años su incapacidad de generar un criterio minímamente artístico, sino porque este thriller aún no ha enseñado todo lo que debería. Al fin y al cabo que la estatuilla se la lleve esta serie, Breaking Bad o Mad Men no van a hacer que el espectador especializado empiece, deje de lado o continúe viendo ninguna de ellas.
La de los publicistas y la de los cocineros de metanfetamina se han ganado a pulso el figurar entre las mejores series de esta década. Homeland probablemente no pasará a la historia, pero aún está en la fase de sorprendernos, para bien o para mal. Al igual que Modern Family, a quien si ha obnubilado es a las masas. Ese parece ser el criterio de los emmy: si hay algo por encima de la media y que además arrasa entre el público (lo que tiene un mérito bestial, todo hay que decirlo) se lo llevan. Pero resulta que esto no ocurre casi nunca, y mientras el mundo siga funcionando como hasta ahora, no pasará muchas veces.
La serie puede atraer a cualquiera. Tiene una trama original y llamativa. Las altas dosis de intriga enganchan como ninguna. Posee un ritmo ágil y los giros de guión mejor planificados que se deben de haber hecho en una serie convencional, junto a temas de actualidad que tocan mucho la fibra de los estadounidenses. Mentar Irán, Palesina, Afganistán, el terrorismo o la seguridad nacional, y hacerlo con autocrítica, puede salir bien o mal, pero seguro que llamará la atención. Súmale a Morena Baccarin, se me olvidaba.
Está hablando de convertir Teherán en un aparcamiento
El primer capítulo de esta segunda temporada ha empezado fuerte. Con un salto temporal de seis meses y con nuestros protagonistas practicamente en el mismo punto donde los dejamos, con un doble agente Brody que se estrena ejerciendo como congresista mientras se cuece su candidatura a la vicepresidencia y una Carrie disfrutando de una apacible vida familiar tras superar su rehabilitación mental.
Podemos decir que el episodio se articula en torno a dos tramas principales. Por un lado tenemos el inicio de ese ascenso de la familia Brody a las altas esferas políticas y el conflicto que provoca el descubrimiento por parte de su esposa de la nueva identidad religiosa de Nicholas. A través de una memorable escena (para mí la mejor del capítulo con creces, hay más crítica implícita ahí que en cinco documentales de Michael Moore) en la que Dana discute con algunos compañeros de su nuevo colegio snob y revela accidentalmente que su padre se ha convertido al Islam, lo que acaba desembocando en una confesión por parte del cabeza de familia.
Los guionistas han decidido meter la carne en el asador apostando por una trama transversal que está presente en casi cada diálogo: Israel ha decidido defenderse de las amenazas de Irán bombardeando cinco de sus instalaciones militares, y Estados Unidos parece apoyarles. Un tema que dará que hablar en las conversaciones de la hora del café, como mínimo. Israel y Estados Unidos, nada a libre interpretación. Ya sabemos quienes son los malos, ¿para qué andarse con rodeos? Entonces ¿Podemos justificar a Brody? ¿Y a Nazir? Que solo lo dudemos ya demuestra que la serie es grande.
Como muchos sospechan, se está preparando un atentado en suelo americano, y el responsable de tan malévolo plan no puede ser otro que nuestro colega Abu Nazir, que para ejecutarlo necesita la colaboración de su camarada el congresista. Esto no le sienta muy bien a Brody, que estaba convencido de que su único cometido sería el de manipular a las cortes subrepticiamente con sus decisiones políticas, hasta que le piden que pase a la acción. Apelando siempre al sentimiento de justicia por la muerte de aquel niño con el que convivió durante su cautiverio, Brody hace tiempo que cruzó la línea de lo moralmente cuestionable, e intuyo que lo de hoy es solo el preludio de su descenso a los infiernos.
Mientras, los agentes de la CIA se ven obligados a recurrir de nuevo a Carrie, ya que es la única persona que puede hablar con una antigua informante de la agencia que afirma tener datos reveladores sobre el atentado. Tras haberla despedido de una forma un tanto violenta, David Estes viene a perturbar su idílica estabilidad para proponerle un regreso temporal y voluntario al divertido negocio de cazar terroristas, lo que en principio la enfurece, pero que al final acepta. En el fondo lo estaba deseando.
Escapando por las calles de Beirut dejábamos a una Carrie de nuevo en el fondo de otra conspiración de grandes proporciones que esperemos sea tan redonda y frenética como la que vimos en la primera temporada. Un nuevo punto de partida para los mismos personajes y un par de insinuaciones bastante comprometidas presentan lo nuevo de una serie que aún tiene que demostrar si es tan épica como para llevarse todas las alabanzas habidas y por haber.
Podemos decir que el episodio se articula en torno a dos tramas principales. Por un lado tenemos el inicio de ese ascenso de la familia Brody a las altas esferas políticas y el conflicto que provoca el descubrimiento por parte de su esposa de la nueva identidad religiosa de Nicholas. A través de una memorable escena (para mí la mejor del capítulo con creces, hay más crítica implícita ahí que en cinco documentales de Michael Moore) en la que Dana discute con algunos compañeros de su nuevo colegio snob y revela accidentalmente que su padre se ha convertido al Islam, lo que acaba desembocando en una confesión por parte del cabeza de familia.
Los guionistas han decidido meter la carne en el asador apostando por una trama transversal que está presente en casi cada diálogo: Israel ha decidido defenderse de las amenazas de Irán bombardeando cinco de sus instalaciones militares, y Estados Unidos parece apoyarles. Un tema que dará que hablar en las conversaciones de la hora del café, como mínimo. Israel y Estados Unidos, nada a libre interpretación. Ya sabemos quienes son los malos, ¿para qué andarse con rodeos? Entonces ¿Podemos justificar a Brody? ¿Y a Nazir? Que solo lo dudemos ya demuestra que la serie es grande.
Como muchos sospechan, se está preparando un atentado en suelo americano, y el responsable de tan malévolo plan no puede ser otro que nuestro colega Abu Nazir, que para ejecutarlo necesita la colaboración de su camarada el congresista. Esto no le sienta muy bien a Brody, que estaba convencido de que su único cometido sería el de manipular a las cortes subrepticiamente con sus decisiones políticas, hasta que le piden que pase a la acción. Apelando siempre al sentimiento de justicia por la muerte de aquel niño con el que convivió durante su cautiverio, Brody hace tiempo que cruzó la línea de lo moralmente cuestionable, e intuyo que lo de hoy es solo el preludio de su descenso a los infiernos.
Mientras, los agentes de la CIA se ven obligados a recurrir de nuevo a Carrie, ya que es la única persona que puede hablar con una antigua informante de la agencia que afirma tener datos reveladores sobre el atentado. Tras haberla despedido de una forma un tanto violenta, David Estes viene a perturbar su idílica estabilidad para proponerle un regreso temporal y voluntario al divertido negocio de cazar terroristas, lo que en principio la enfurece, pero que al final acepta. En el fondo lo estaba deseando.
Escapando por las calles de Beirut dejábamos a una Carrie de nuevo en el fondo de otra conspiración de grandes proporciones que esperemos sea tan redonda y frenética como la que vimos en la primera temporada. Un nuevo punto de partida para los mismos personajes y un par de insinuaciones bastante comprometidas presentan lo nuevo de una serie que aún tiene que demostrar si es tan épica como para llevarse todas las alabanzas habidas y por haber.
Archivo fotográfico ⎪ sho.com, wallpapersup.net
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