En Los enamoramientos, la última obra del almibarado Javier Marías, uno de los personajes se permite resumir llegados a cierto punto del relato una novela corta de Balzac titulada El Coronel Chabert. Esta narra como un coronel que había sido dado por muerto tras camuflarse entre una pila de cadáveres en la batalla de Eylau combatiendo con las tropas de Napoleón regresa a casa diez años después de su desaparición, alterando la vida de una familia que ya había aprendido a vivir sin él -¿Hacen mal los muertos en volver?, le pregunta Chabert a su esposa. El escritor francés, tan tajante como la época que le tocó vivir, nos plantea un conflicto en el que la aparición de un ser querido al que creíamos muerto, lejos de ser una alegría (como instintivamente todos rogamos y anhelamos en los días posteriores al fallecimiento de alguien cercano), puede convertirse en un inconveniente cuando hemos aprendido a sepultar e ignorar el dolor que su pérdida nos produjo. Esa es también la premisa de Les revenants, una de las sorpresas más agradables que nos han llegado en los últimos meses del pasado año de la mano de Canal + Francia.
Efectivamente, hablamos de una serie francesa: ni británica ni norteamericana. Además, ha aparecido en este momento de presunto esplendor de la televisión europea, materializada sobre todo en las danesas Forbrydelsen (que tuvo su remake americano The Killing) y Broen/Bron. También hay que aclarar que los protagonistas nos son zombis como los conocemos, criaturas sin conciencia de sí mismos y con ansia de comer cerebros humanos, sino personas que después de años muertas resucitan al más puro estilo Jesucristo. Nada que ver con los de The Walking Dead ni con las películas de George A. Romero. La serie se ambienta en Annecy, un pequeño pueblo de montaña alejado de la civilización en el que hace más de treinta años una presa estalló dejando sepultada parte del pueblo bajo un lago, matando a cientos de personas. Una noche cualquiera, varias personas de distintas edades y grupos sociales intentan desorientados entrar a sus casas. No saben que llevan varios años muertos, que no han envejecido y que nadie los está esperando.
Así, cuatro años después de morir en un accidente de autobús, la quinceañera Camille entra en casa y se pone a preparar un sándwich con toda la tranquilidad del mundo ante la atónita mirada de su madre. Algo parecido ocurrirá con Simon, fallecido diez años antes el mismo día de su boda con Adele, la cual ahora está a punto de casarse con otro hombre y ante la aparición de su antiguo amor creerá que este solo es un espectro que no puede salir de su imaginación. La historia se completa con la solitaria enfermera Julie, perseguida por el inquietante Victor, un misterioso niño que se niega a darle ningún dato sobre su procedencia al que acabará adoptando clandestina y espontáneamente, y que resulta ser otro de los resucitados (lo cual no es muy difícil de adivinar); con Toni, un psicópata asesinado en su día por su hermano Serge que ahora regresa para saldar cuentas y Lucy, una camarera con presuntas dotes de medium que llegó al pueblo en extrañas circunstancias y a la que ahora le ha tocado ser la nueva víctima del asesino del puente.
Todos ellos están rodeados por la figura de la presa: potente imagen que ayuda a crear un entorno de terror. Este lugar, encargado de almacenar el agua del pantano, verá como coincidiendo con la aparición de los resucitados su nivel empieza a descender de forma progresiva y sin explicación alguna. Un síntoma de que algo acecha, de que en este lugar nada es lo que parece y de que estos regresos solo son el comienzo de algo más grande que está a punto de suceder. De momento -y eso es algo con lo que juegan a la ambigüedad- parece que nadie puede salir del pueblo. El punto fuerte del desarrollo dramático recae en la familia de Camille: su hermana gemela Lena ha crecido durante este tiempo y ha aprendido a tener una vida sexual estable, a vestir modelitos y a salir de noche como lo haría cualquier chica de su edad. Ahora deberá debatirse entre el amor que siente por ella y el hecho de tener que lidiar con una supuesta gemela que, a diferencia de como ha sido el resto de su vida, ya no está en su mismo punto de desarrollo vital. Además, en el tiempo en que la pequeña ha permanecido muerta, sus padres se han separado.
Les revenants coge a este compendio de personajes dispares y se plantea crear con ellos un drama intimista sobre los problemas de aceptación y adaptación a un entorno hostil en el que los muertos vivientes no lograrán encajar por mucho que lo intenten. No hay batallas entre la luz y la oscuridad, sino una problemática centrada en la confrontación entre los seres humanos y ese dolor que los acecha, y que una espléndida y oscura fotografía se encargan de acentuar de una manera más que correcta. Aún así, debo decir que los que esperaban una compleja disección de la esencia humana con un alumbramiento asombroso y opresivo al estilo de las series de culto de la HBO se han quedado muy decepcionados. Esta serie solo busca entretener, y para eso recurre a elementos del fantástico, el terror y lo sobrenatural, así como a crear una compleja trama de intriga con el simple y sano objetivo de mantenerte pegado al televisor.
Así, a lo largo de los 8 capítulos con los que cuenta esta primera temporada, acudiremos en más de una ocasión a los flashbacks y los planteamientos/revelaciones sucesivos de algunos misterios. En ese sentido, aunque se ha intentado que las tramas estén al servicio de los personajes y no al revés, el objetivo va más encaminado a crear algo en la línea de Lost que a emular alguna de las creaciones de David Simon o a escribir el principal referente literario del próximo milenio. Uno de los detalles que más lo emparentan con la serie del vuelo Oceanic es la forma en que se han hilado los destinos de los distintos personajes. Igual peca un poco de demasiadas casualidades, pero en general están bien. A través de un trabajo de guión bastante laborioso han creado pequeñas conexiones entre las distintas historias con las que a veces es casi tan o más interesante ver quienes son y de donde han venido los habitantes más enigmáticos del pueblo que hacia donde se encaminan sus vidas. Es brillante además la constante presencia de la ironía dramática: el juego entre los datos que conoce el espectador y los que conocen algunos de los personajes.
Algo con lo que juega mucho es la contención: un ritmo pausado, ese lujo de recrearse en las miradas y los silencios de las personas. Les revenants cuenta con un reparto de lujo (aunque para la mayoría de nosotros desconocido) capaz de aguantar un largo primer plano de sus rostros. El montaje y los diálogos son ágiles y no dan todo masticado al espectador ni toman a este por idiota, permitiendo que sea capaz de deducir la mayoría de las situaciones implícitas. Es decir, justo todo lo que falla en la ficción española. No me voy a meter en si es por culpa de las cadenas, de los directivos, del método Emilio Aragón, de los guionistas o de los directores de cásting, pero es esta falta de puesta en escena lo que convierte a nuestras series en risibles y vomitivas. Mientras, productos como Braquo, Engrenages o la que hoy nos ocupa, están siendo producidas en su totalidad a menos de 200 km. de nuestra frontera. Aquí nuestro Canal+ también ha dado sus tímidos pasos con productos dignos como el experimento de David Trueba ¿Qué fue de Jorge Sanz? o el thriller sobre la corrupción levantina Crematorio.
Aunque ha sido alabada por la crítica y respaldada por la audiencia, son muchos los que se han quejado del giro hacia el misterio y lo sobrenatural que experimenta la serie en sus dos últimos capítulos. Es cierto que el guión se desinfla un poco con respecto a lo que prometía en su potente premisa, de hecho hay algunas incoherencias que son para pegarle a un padre, pero se mantiene en alto lo suficiente como para seguir captando la atención y ser una propuesta distraída de ver. El final de temporada nos prepara para recibir en la siguiente una serie completamente diferente, con más acción, terror y mitología interna, abandonando definitivamente el tono de tragedia hogareña y costumbrista. De momento esa atmósfera, su capacidad de entretener, los sentimientos que aporta o esas píldoras de poesía visual junto a la reflexión sobre cual es nuestro lugar en el mundo son suficientes para darle una oportunidad. Vaya con los franceses. Y parecían tontos.
Archivo fotográfico ⎪ canalplus.fr
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