Fringe se ha ido para siempre. El doble capítulo que emitía ayer FOX ponía cierre a cinco temporadas donde hemos tenido grandes raciones de ciencia ficción, fenómenos sobrenaturales, dilemas morales y grandes reflexiones sobre la redención, el amor y la familia. Para cerrar la serie, y en vista del complejo entramado mitológico que habían creado, Joel H. Wyman y compañía han preferido optar por olvidar todos los cabos sueltos que arrastra su historia (y que a estas alturas me importaban más bien poco) y optar por una conclusión emotiva y llena de guiños al pasado con el objetivo de contentar a sus fieles seguidores.
Podíamos adivinar de antemano que, igual que con la otra bendita producción de J.J. Abrams, Lost, este doble capítulo iba a despertar sentimientos encontrados entre los espectadores. Para mí, la decepción venía de largo, en concreto desde la mitad de la cuarta temporada. Fue una decisión arriesgada la de reiniciar la línea temporal, pero creo que podrían haber hecho algo bueno si no se hubiera cancelado de forma precipitada. Las tramas fueron manejadas de forma penosa durante los últimos capítulos. El regreso de Leonard Nimoy, ahora como el ser maligno, y la forma en que despacharon el caso de David Robert Jones, el problema entre los dos universos y la relación entre Peter y Olivia no tenía ningún sentido. Fue muy precipitado, querían dejarlo todo cerrado y a la vez dejar la puerta abierta a una posible quinta temporada, por aquellos días aún no confirmada.
Y esta, aunque empezó prometedora, también fue decepcionante. La idea de saltar a ese futuro apocalíptico que ya nos habían mostrado en un episodio anterior prometía muchísimo. A modo de epílogo sospechaba que estaba en una serie completamente diferente que podría entretenernos unos meses para darnos un final satisfactorio, pero acabó cayendo ante los innumerables agujeros de guión que presentaban los episodios a medida que avanzaban. Se olvidaron de todo lo que habían estado planteando todos estos años, nos colaron personajes cansinos y planos como Windmark con una trama reiterativa y vacía. Supongo que algunos la veíamos por inercia, porque sabiendo lo poco que quedaba y el cariño que le teníamos queríamos saber que ocurría con nuestros personajes.
Con todo el relleno que nos habían colado y el inmenso lío que crearon con tantos universos paralelos, líneas temporales y paradojas varias, podíamos asumir que no iban a relatar ahora un simposio aclarando todas las dudas y planteamientos que habían quedado desperdigados por el tiempo. Solo había una manera de arreglar tal despropósito, y se han dado cuenta. Así nos han regalado un doble episodio centrado en la parte más emotiva de los personajes y en una recopilación de guiños a la dinámica interna de la serie. Las relaciones de los personajes han estado muy presentes, a través de discursos magníficos y alguna que otra despedida que habrá hecho llorar a más de uno. Tras pasar uno de los episodios enteros rescatando a Michael, nuestros protagonistas se disponían a terminar la máquina que enviaría al pequeño al 2166. Pero había una condición: para que esto fuese efectivo y pudieran salvar al mundo, Walter debía sacrificarse y viajar con él.
El tema del sacrificio y la redención de Walter es el esqueleto que vertebra Fringe desde que sabemos que el egoísmo del personaje interpretado por John Noble intentando salvar a su hijo provocó la destrucción de los universos. Ya en su día tuvo que dejar marchar a Peter, y ahora es él el que debe despedirse para resetear todos los sucesos que han ocurrido desde 2015. Así terminaba el plan iniciado para derrotar a los observadores, Olivia y Peter recuperaban a su hija y teníamos un final agridulce acorde con lo que nos habían presentado. No fue de ningún modo sorprendente ni hubo guiros de guión enrevesados y absurdos. Pudimos disfrutar de grandes guiños como la aparición de la vaga Gene o la magnífica secuencia en la que revientan la central de los observadores utilizando eventos Fringe.
Habría sido más arriesgado dar un final tajante, sacrificando a algún otro personaje o haciendo que el reinicio del tiempo fuese hasta 1985, lo que supondría cargarse toda la serie. Finalmente tenemos un intento que cierra la historia de forma bonita, más o menos satisfactoria y, siendo sinceros, lo único que podían salvar tras el desastre que había sido esta temporada. Nos quedamos sin resolver algunas dudas, como el significado de los tres círculos de colores, quién era en realidad el dichoso Sam Weiss o la historia del padre de Walter en la Alemania nazi. No me gustó como despacharon tampoco a William Bell, y esperaba una aparición suya esta temporada después de haberlo visto encerrado en ámbar. La relación entre Broyles y Nina Sharp también quedó en el aire, y esta última se despidió sin demasiados aspavientos y sin llegar a explotar todo el potencial del personaje. Seguramente estas historias habrían sido desarrolladas de forma más o menos satisfactoria si la serie hubiese llegado a mejor. Entre miedo y curiosidad me da pensar que podrían haber hecho con sesenta capítulos más.
Lo que sin duda agradecí fue el regreso del universo rojo dónde Altlivia y nuestro Lincoln habían formado una familia. Fue bonito, sin duda. Sé que a muchos les parecerá un episodio decepcionante, pero creo que nadie puede haber seguido la serie todos estos años y no emocionarse con las múltiples reminiscencias del pasado que volvían para cerrar este complejo círculo. Y al final, ese tulipán blanco perteneciente a uno de los mejores capítulos de la serie. Le pedí a Dios que me enviara un tulipán blanco para decir que me había perdonado. Lo ha hecho, Walter.
Habría sido más arriesgado dar un final tajante, sacrificando a algún otro personaje o haciendo que el reinicio del tiempo fuese hasta 1985, lo que supondría cargarse toda la serie. Finalmente tenemos un intento que cierra la historia de forma bonita, más o menos satisfactoria y, siendo sinceros, lo único que podían salvar tras el desastre que había sido esta temporada. Nos quedamos sin resolver algunas dudas, como el significado de los tres círculos de colores, quién era en realidad el dichoso Sam Weiss o la historia del padre de Walter en la Alemania nazi. No me gustó como despacharon tampoco a William Bell, y esperaba una aparición suya esta temporada después de haberlo visto encerrado en ámbar. La relación entre Broyles y Nina Sharp también quedó en el aire, y esta última se despidió sin demasiados aspavientos y sin llegar a explotar todo el potencial del personaje. Seguramente estas historias habrían sido desarrolladas de forma más o menos satisfactoria si la serie hubiese llegado a mejor. Entre miedo y curiosidad me da pensar que podrían haber hecho con sesenta capítulos más.
Lo que sin duda agradecí fue el regreso del universo rojo dónde Altlivia y nuestro Lincoln habían formado una familia. Fue bonito, sin duda. Sé que a muchos les parecerá un episodio decepcionante, pero creo que nadie puede haber seguido la serie todos estos años y no emocionarse con las múltiples reminiscencias del pasado que volvían para cerrar este complejo círculo. Y al final, ese tulipán blanco perteneciente a uno de los mejores capítulos de la serie. Le pedí a Dios que me enviara un tulipán blanco para decir que me había perdonado. Lo ha hecho, Walter.
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