En Agosto de 2012 nos sorprendió una escalofriante noticia: el director de cine Tony Scott, responsable de películas como Top Gun o Amor a Quemarropa (una de las dos cintas, junto con Asesinos natos de Oliver Stone, en que se dividió el primer guión que escribió y vendió Quentin Tarantino) y hermano del también cineasta Ridley Scott, se suicidaba lanzándose desde un puente de Los Angeles. Tony y Ridley tenían por entonces en postproducción dos proyectos para televisión: Un mundo sin fin, la secuela de Los pilares de la tierra, y Coma, miniserie de cuatro capítulos agrupados finalmente en dos que se emitieron en Septiembre en el canal A&E.
Coma es la segunda recreación de la novela homónima de Robin Cook, que ya fuera llevada a la gran pantalla por el escritor Michael Crichton en 1978. Escrita por John J. McLaughlin, está dirigida por Mikael Salomon, quien junto con los hermanos Scott ya había adaptado en 2008 un libro de Crichton, La amenaza de Andrómeda. Rescatar justo ahora esta obra es toda una declaración de principios hacia la serie B, género tan denostado en nuestros tiempos y al que se le puede sacar tanto jugo si sabemos mirarlo desde el prisma y la óptica adecuados. La de 2012 es una adaptación libre y a la vez muy fiel, un constante auto-homenaje al terror contemporáneo que ya desde el reportaje con que nos introduce en su mundo respira cierto aire a obras interactivas de horror científico como Resident Evil o Left 4 Dead, sin que más adelante la temática zombi aparezca para nada en la trama.
Lo mejor es que en todo momento permanece consciente de sí misma: no busca alardes de grandeza, su única pretensión es divertir y conseguirlo a ratos sin chirriar demasiado. Podríamos definirla como un thriller científico de misterio y terror con ciertas dosis culebrón y un poco de filosofía barata sobre los límites del poder de la ciencia y demás bagatelas. Una historia que cuando Crichton hizo la peli podría no estar tan trillada, pero que ahora tras haber visto más de cien veces a muchos, aunque tengamos debilidad por este tipo de cine, nos elimina bastante el factor sorpresa. Eso sí, como Guilty Pleasure puede funcionar de forma cojonuda.
La trama nace y muere alrededor de la figura del centro Jefferson, la única institución del Estado que emantener a los pacientes que hayan caído en estado de coma, debido a lo altos costes que esto supone. Susan Wheeler, una estudiante en prácticas del hospital Memorial, empieza a investigar una frecuencia demasiado alta de estos casos en un breve periodo. Susan empieza a sospechar de una conspiración por la que alguien está induciendo a propósito a estas personas a una muerte cerebral, para lo que contará con la en principio reticente ayuda de su nuevo jefe y destino de su nueva tensión sexual, el doctor Mark Bellows.
A pesar de un reparto nada despreciable en el que brillan Lauren Ambrose, Geena Davis y James Woods, presenta muchos altibajos. Empieza muy interesante, sabe mantener la intriga y el acabado visual supera el aprobado con creces, pero a los veinte minutos se empieza a ver un guión poco creíble en el modo en que la protagonista empieza a investigar. Todo es un poco redundante, le cuesta mucho despegar y hay bastantes escenas totalmente prescindibles, que ni nos ponen en situación ni hacen avanzar la trama. Creo que ha quedado demasiado largo, después de la primera hora corres el riesgo de empezar a aburrirte y con veinte o treinta minutos menos seguramente hubiesen logrado redondear mucho más el producto.
Aún así Coma tiene escenas y momentos visuales bastante reconocibles, como cuando Wheeler descubre por fin que es lo que esta ocurriendo en el mentado Jefferson o la exploración onírica y casi psicópata con una mujer y un paisaje arbolado de uno de los personajes, lo que no evita que esté aún muy lejos de emocionarme. Espero que Tony Scott se sintiese lo suficientemente orgulloso de ella como para que esta pasase a la historia como una de las últimas piezas de su legado.
Archivo fotográfico ⎪ ds-wallace.com, brandidentityguru.com, el-mundo.net
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