domingo, 22 de diciembre de 2013

La Serie de la Semana: Mob City


Pues aquí vengo yo a poner el grito en el cielo y reivindicar prudentemente lo nuevo de Frank Darabont. Sí, el creador de The Walking Dead (despedido tras su primera temporada, originando un baile de showrunners que perdura en la actualidad) y el hombres detrás de películas como La milla verde o la adaptación de La niebla de Stephen King. Su segundo trabajo para televisión es una serie neo-noir para la cadena TNT que indaga en el tráfico de influencias que controlaba la ciudad de Los Angeles en los años 40, donde aparecen nombres como Meyers Lansky Bugsy Siegel,  gracias al que existe Las Vegas.

Con excepción de la comedia absurda y disparatada, no hay nada que me guste ver en el cine más que mafiosos, polis corruptos, coches antiguos, ametralladoras Thompson, microfilmes ocultos y femme fattales. Parece que a Darabont le ocurre lo mismo, pues Mob City es un homenaje continuo a clásicos de la novela negra como los escritos por James Ellroy o Raymond Chandler, y a sus adaptaciones cinematográficas (L.A. Confidential, El sueño Eterno...). De hecho se encarga de adaptar un libro más reciente, el publicado en 2010 por el periodista John Buntin L.A. Noir: The Struggle for the Soul of America's Most Seductive City. La serie iba a llamarse del mismo modo, pero la coincidencia del título con un conocido videojuego obligó a un cambio que evitase confusiones.      
El problema de la cita, el homenaje y la referencialidad es que si no está  tratada con mesura acaba suponiendo un lastre. La historia del primer episodio doble (son seis, emitidos en bloque de dos para despachar la temporada antes de que acabe el año) nos presenta unos personajes arquetípicos, dibujados en dos trazos básicos e inmersos en situaciones que suenan a cliché del manual de principiante. Se lo perdonamos porque John Bernthal (actor fetiche de Darabont) tiene estilazo y nos gusta verlo con capos de la mafia y altos mandos de los cuerpos de seguridad fumando puros, luciendo sus chaquetas y soltando frases tópicas mientras se pasea por unos escenarios recreados con mimo y detalle. Lamentablemente un buen diseño de producción no puede cubrir las carencias de guión, sobre todo cuando estas son tan enormes.  

Si en el anterior éxito de su creador había vocación de deconstruir (o al menos aportar un punto de vista personal o significativo) un género poco explotado, el de los muertos vivientes, aquí lo innovador brilla por su ausencia. Algo que no tendría que ser malo si no ofreciese un desarrollo tan plano que puede condernarla frente a estrenos más apetecibles (en EEUU las audiencias no han sido nada buenas). Al final esto acaba siendo un deleite visual inmersivo y entretenido, que pese a contar con aciertos de casting y de ritmo no para de acrecentar en cada escena una molesta sensación de deja-vú.

Otra razón para verla, quizá para algunos anecdótica pero para mí imprescindible: un exquisito Simon Pegg en la piel de un comediante de stand-up de clubes nocturnos en el primer episodio.      

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