jueves, 21 de noviembre de 2013

Un Dracula pasado de vueltas



La presencia de Jonathan Rhys Myers -una suerte de Charlie Sheen salido de Los Tudor cuyos problemas con el alcoholismo y actitud no precisamente modelica son de sobra conocidos- obligó a los estudios Universal a firmar un acuerdo de antemano con el actor por el que debe terminar al´menos los diez primeros capítulos de su nueva reinvención del clásico Drácula pasada por el prisma de lo catódico, no sin antes ofrecerle cien mil dólares por cada uno de ellos para esta serie en la que además de contar con el papel protagonista también desempeña labores de producción. 

La adaptación steampunk y posmoderna del personaje creador por Bram Stoker que NBC ha hecho estrenar coincidiendo con las oportunas fechas de Halloween se pierde en una maraña de referencias accesibles para el espectador más llano pero muy prescindibles cuando busca combinar los elementos enraizados en una cultura pop masiva con las tendencias imperantes en la televisión actual. Este último año hemos asistido con agrado a la proliferación de estrenos que, fruto de una crisis creativa, se apoya en rescatar mitos de sobra reconocibles para generar unas ciertas expectativas que de otro modo no podrían conseguir: Beauty and the BeastHannibal, Bates Motel, Elementary Sleepy Hollow parecen buena muestra de ello. 

En esta ocasión el temeroso Dracula despierta tras años de letargo en su Rumanía natal y se traslada a Inglaterra, donde se oculta bajo la identidad de un empresario americano que quiere comerciar con su gran descubrimiento científico: luz eléctrica transportada a través de bombillas inalámbricas. El verdadero propósito que esconde este individuo de colmillos afilados es bien diferente y, cual Conde de Montecristo, solo busca vengarse de las personas que lo traicionaron en el pasado. Pero todos sus planes se verán truncados cuando conozca a la bella Mina Murray, una joven prometida con un exitoso periodista de la que quedará prendado de manera  profunda al encontrar en ella ecos de alguien muy cercano.


A partir de ahí, la locura se desata: ese conservador intento de crear un cóctel explosivo se consuma con la incorporación deVan Helsing, aquí presentado como un apacible doctor universitario de doble rasero. No menos lustrosa es la existencia de la Orden del Dragón, ficticia sociedad secreta claramente inspirada por los illuminati que años atrás se había encargado de asesinar a la versión vampírica de Jack el destripador. A todo esto hay que sumar la sutil insinuación de que la verdadera identidad del vampiro es la de Nikola Tesla o Thomas Alva Edison. Todo muy loco. Quizá nos encante imaginar que un mito de la razón y el progreso oculta en realidad una cara oscura y abominable que mantiene escondida, o eso parecía explicar el éxito de la también pasada de vueltas Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros.  

No, lo realmente perjudicial de esta historia es que aburre mucho. Cole Haldon parece haber olvidado la máxima de que en el piloto hay que darlo todo, y así nos encontramos con una interpretación demasiado libre del clásico incapaz de posicionarse o aportar un punto de vista personal. Una serie realmente comedida que carece de nervio y pasión, defecto acentuado por las débiles dotes actorales de Rhys Myers. Es cierto que los escenarios y el diseño de producción están recreados de manera muy bella, proporcionando una gran inmersión, pero el problema llega cuando el guión no se encuentra a la altura. Estamos entonces ante un subproducto de las recientes adaptaciones hollywoodienses de héroes populares, cuyo origen puede hallarse en las traslaciónes imposibles a la gran pantalla de los cómics de Alan Moore. Este es un conde que, si amáis realmente al personaje, tan solo merecerá vuestro olvido.      

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