Tranquilos, no nos hemos vuelto locos. No matéis a nadie. Ni a los guionistas ni menos a los actores. O al revés. Soy plenamente consciente de lo que ocurre. Homeland se ha lanzado hacia un abismo del que ya nada la puede salvar. Aunque lograse recuperar en capítulos venideros esa velocidad de vértigo a la que nos tiene acostumbrados, tengo la ligera sospecha de que nada volvería a ser lo mismo. Como la llama de un antiguo amor que se apagó y en el que ahora es imposible que vuelvan a saltar las chispas aunque le demos una segunda oportunidad. La tercera temporada es un despropósito para todo el que tenga en mente las dos primeras. Poco queda de aquella apuesta de Showtime que a todos nos sorprendió el año pasado postulándose como la prometedora revelación de la temporada.
Lejos quedan esa ambigüedad moral del sargento Brody que nos hacía dudar continuamente sobre sus verdaderas intenciones y la bipolaridad que tanta posibilidades dramáticas ofrecía y tan jugoso hacía al personaje de Claire Danes. Atrás quedaron esos múltiples y arriesgados pero siempre certeros puntos de giro que modificaban continuamente el eje del mal manteniendo la tensión durante los 50 minutos que devorábamos cada semana. Homeland se definía por su ritmo fluido y rápido, por sus múltiples puntos de vista, y sobre todo por la riqueza y evolución de sus personajes. Una serie de detonantes, causas y consecuencias que en su segunda temporada desembocaron en un desenlace que a mí personalmente me dejó con la piel de gallina. Veo muchas series de diferentes géneros, y pocos episodios me han afectado tanto como The Choice (2x12). Hasta tal punto que en ese momento llegue a proclamar que era tan buena o mejor que Breaking Bad.
Y si lo pensamos bien, es en esta serie donde se encuentra otro de los episodios que este año me han provocado una sensación de angustia igual o superior tras su visionado. Claro que en este caso esa tensión propia del culmen, de que estamos ante la gran apoteosis inimaginable, era mucho más fácil de llevar ya que iba a poner punto final tras un breve epílogo de dos episodios. ¿Que habría ocurrido si tras Ozymandias la historia de Walter White tuviese que continuar no dos capítulos, sino una temporada más? Se ha llevado hasta el extremo más interesante al personaje de Brody de tal modo que continuar su desarrollo se erigía como todo un reto.
Esto no significa que no hubiese más historia que contar o que la serie tuviese que terminar ahí. De hecho la premisa con la que se anunciaba la temporada -que habría ocurrido si el atentado de Langley hubiese sido orquestado desde dentro del Gobierno de los Estados Unidos- es una delicia cuyo desarrollo había de escribirse en algún momento de la historia del cine. Crear una tercera temporada magnífica que no disidiese con las dos primeras en términos narrativos era algo plausible, pero simplemente no ha ocurrido. La causa más probable podemos encontrarla en el hecho de que parte del equipo creativo ha sido reemplazado para esta nueva etapa. Por un lado está la muerte el pasado mes de marzo de un ataque al corazón de Henry Bromell, guionista y productor de la serie desde su primera temporada. Además, sabemos desde hace unos meses que el staff principal (Alex Gansa, Alex Cary y Howard Gordon) está trabajando al mismo tiempo en una nueva serie para CBS, Anatomy of Violence, lo que podría haber desviado una parte importante de sus esfuerzos de este proyecto.
¿Cuál es el auténtico problema de esta temporada, pues? Vistos los seis capítulos emitidos hasta ahora creo que podemos decir con toda seguridad que no se trata de un espejismo creado por la impaciencia. En primer lugar, en esta serie estamos acostumbrados a que pasen muchas cosas y muy rápido que pongan sobre la mesa lo compleja y poco predecible que es. En los dos primeros episodios no ha ocurrido casi nada, pero además a Brody no se le ha visto el pelo ¿Os imagináis un capítulo de Breaking Bad sin Walt? Claro que esta baza la estaban jugando bien, -o eso parecía- pues el tercero estaba dedicado a él en exclusiva. Un capítulo con aire documental en el que el ambiente decadentista de un edificio en obras de la ciudad de Caracas, La Torre de David, impregna una historia sosegada y contemplativa de soledad y redención.
Episodio atípico porque la mayor parte se centra en la estancia de Brody en este lugar y su relación con personajes que se presentan y despiden aquí. El tiempo restante corresponde a la estancia de Carrie en el psiquiátrico donde había sido encerrada. Contradiciendo algunas opiniones que he escuchado por ahí, a mí este capítulo me encantó. Me pareció intenso, sugerente, circular -ese Brody que acaba encerrado de nuevo en una posición similar a la que se encontraba cuando todo esto comenzó- y cuenta con un personaje femenino que se encarga por si solo de suplir cualquier carencia. Pero después de esto, adiós Brody de nuevo. En los capítulos 4, 5 y 6 no hay rastro del protagonista, y a este paso parece que tardará mucho en regresar (vale, me tendré que tragar mis propias palabras cuando haga su entrada triunfal al final del 7).
El cuarto episodio, además, acaba con un giro bastante gratuito que buscando sorprender resulta incoherente con todo lo mostrado hasta entonces. Si a esto le sumamos que una vez más volvemos a encontrarnos una trama absurda sobre los líos amorosos de la repelente Dana Brody, el resultado son una serie de fallos imperdonables en lo que hasta ahora había sido una obra sobresaliente ¿significa que no me guste? No, de hecho la investigación del atentado que nos lleva a una tupida red de conexiones con Irán y Venezuela es realmente entretenida, así como los duelos internos de Saul y Carrie o la lucha de liderazgo de la CIA. Los tres últimos capitulos no están nada mal. Sigue siendo una serie muy disfrutable y realmente buena. Simplemente no es la misma, es otra mucho peor. Por las razones que sea, ha perdido la capacidad de hacerte vibrar en el sillón, de que cada segundo del metraje importe y no puedas parar de pensar en ella durante varias horas. Algo muy difícil de lograr, pero que hasta ahora había conseguido con suma facilidad.
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