Un hombre está sentado en la mesa de la cocina mientras lee en su portátil el artículo Las diez mejores fotos familiares del portal The Puffington Host. No puede demorarse mucho, pues su equipo necesita realizar una actualización de software, pero además no se le puede olvidar consultar los mensajes que acaban de llegarle al móvil, ver las películas que ha alquilado y devolverlas, entrar en su correo electrónico y echarle un ojo de nuevo al teléfono. No deja pasar que el citado periódico digital acaba de publicar otro artículo aún más gracioso, que aún no ha puesto a programar su DVR, y que en cuanto acabe con todo ello debería actualizar su estado de facebook, entrar en tumblr y comprobar la cola de Netflix. Su compañera de piso, tras cerciorarse de que este hombre se ha metido en una dañina y obsesiva espiral de tecnología, intenta apelar a la nostalgia de esos años escolares donde no había youtube ni una liga virtual de béisbol. Antes de que internet devorase su vida. Pero ella tiene una solución: mind-fi, una alternativa a la red wi-fi que circula directamente por nuestra mente y permite a las personas comunicarse por telepatía. A pesar de lo apetecible del invento, el exceso de pensamientos simultáneos acaban finalmente colapsando el cerebro de este personaje convirtiéndolo en protagonista del nuevo artículo de The Puffington Host: Los 10 mejores fallos de mind-fi.
El sueño de los 90 está vivo en Portland
Este es uno de los sketches que podemos encontrar en el primer programa de Portlandia, una atípica y minoritaria propuesta que poco a poco se ha ido creando su propio nicho de audiencia en los dos últimos años recibiendo el beneplácito de gran parte de la crítica estadounidense. Ahora bien, responder a la pregunta ¿Qué es Portlandia? se plantea más difícil que sumergirse en su absurdo universo y comprobar por uno mismo que es lo que tiene que ofrecer. Quizás la definición más aproximada la encontremos en el inicio de este mismo piloto, donde el número musical de apertura nos describe la ciudad de Portland como el único lugar del planeta donde el sueño de la década de los 90 aún está vivo. Aquella etapa donde todos soñaban con hacerse piercings y tatuajes tribales, formar bandas de música y salvar el planeta. Cuando la gente era poco ambiciosa y se levantaba a las 11:00 de la mañana porque su única preocupación era trabajar como camarero en una cafetería una o dos horas a la semana y salir todos los días con sus amigos. En Portland aún está vigente ese momento en el que todos te animaban a ser raro, en el que podías dibujar un pájaro sobre cualquier cosa y llamarlo arte. Hablamos de un sitio en el que formarte en una escuela para ser payaso es algo lícito e ir en bicicleta o skateboard por las calles la norma general. En Portland todas las chicas guapas llevan gafas de pasta y tus camisas anticuadas todavía están de moda. Un universo paralelo donde Al Gore ganó las elecciones y la administración Bush nunca ha existido.
Otra de las cuestiones que hacen difícil definir este show es simplemente ¿se trata de una serie o de un programa? Aunque es cierto que hablamos de una sucesión de sketches sin grandes trazos de continuidad, todos están unidos por el nexo geográfico de la ciudad de Portland y hay varios personajes recurrentes que aparecen continuamente. Sería muy simplista clasificarlo, pues para mí recoge en porciones casi equitativas la comedia surrealista, la sátira y el documental en un show sin precedentes creado y protagonizado por el músico Fred Armisen, que tras una dilatada carrera como batería en varios grupos entró a formar parte por cauces poco habituales (no procedía de Second City ni del ImprovOlympic, sino de sus vídeos para internet) del reparto de Saturday Night Live durante la primera década de este siglo; y la también músico y actriz Carrie Brownstein, conocida por ser integrante del grupo de rock alternativo Sleater-Kinney, y más recientemente de Wild Flag. Ambos habían sido muy críticos en su día de una forma ácida y satírica con el rumbo que estaba tomando la escena musical alternativa en su país, y es precisamente esa actitud la que trasladan desde algo tan específico como la industria discográfica a algo tan genérico como toda la sociedad mediante veinte minutos de humor semanales. Armisen y Brownstein habían empezado en 2005 una serie de sketches cómicos para internet llamada ThunderAnt. Estos, aunque en su origen tenían una temática general, poco a poco se fueron volviendo más relativos a Portland.
No fue hasta 2010 cuando la cadena de espíritu indie IFC (responsable también de Comedy Bang Bang!) les ofreció llevar la esencia de estos vídeos a un espacio semanal de televisión. Para ello contarían en la producción ejecutiva con la escritora de comedia Allison Silverman, que hasta 2009 había ejercido ese mismo puesto en The Colbert Report, y con el veterano productor de SNL Lorne Michaels. Un veterano guionista de Los Simpsons, Bill Oakley, escribe los guiones junto con Armisen, Brownstein y el director Jonathan Krisel. El resultado es un reflejo casi exacto de la visión que el resto de Estados Unidos tiene de Portland, un toque de atención a un estilo de vida moderno que las nuevas generaciones han empezado a asimilar como habitual. Lo vintage, lo retro y ese intento de ser alternativos que nos acaba llevando a lo hortera, la imitación del buen gusto. Portlandia se ha asentado entre el público como un producto indie y alternativo cuando es precisamente ese target el que ridiculiza e intenta diseccionar en cada una de sus piezas. La serie más hipster de la televisión es la misma que no para de reírse de los hipster. Esa tribu urbana, por cierto, que al final resulta ser solo una excusa o una etiqueta para echar balones fuera y achacar nuestros defectos como colectivo a un reducido grupo de gente o una ciudad en concreto.
La serie destroza esta sociedad urbana que a través de la degradación del arte y la cultura o de una industrialización excesiva nos ha convertido en monstruos llenos de necesidades banales y estúpidas, con actitudes que en nuestro interior y en nuestra vida cotidiana hemos asumido como normales, pero que en cuanto alguien nos las muestra desde fuera solo nos hacen sentirnos idiotas. Aquí reside el gran efecto terapeútico de Portlandia. Puede ser una perfecta llamada de atención para todos nosotros, pues es muy probable que nos sintamos identificados con más de una situación (exagerada, por supuesto) que aparece retratada en esta deliciosa comedia. Una gran reflexión sobre la estupidez en la que estamos metidos. Armisen y Brownstein hacen un magistral trabajo actoral poniéndose en la piel de casi todos los personajes, demostrando la impresionante versatilidad de registros que poseen. Las distintas entonaciones y la expresión facial de Fred son de lo mejor del programa, proporcionando una alta comicidad. Fred y Carrie se interpretan a sí mismos como dos compañeros de piso que acaban de mudarse a la ciudad volviéndose fieles amigos y colaboradores de un alcalde interpretado por Kyle MacLachlan, pero además esta pareja se pone en la piel de las dos dependientas de una librería feminista, la pareja formada por Peter y Nina que decide montar en su casa un negocio de Bed and Breakfast, un matrimonio que sobreprotege a su hijo adolescente, un ciclista hippie, un grupo de publicistas maniáticos...
En el segundo programa vemos un sketch donde Fred y Carrie ha compuesto un himno para la ciudad, pero al llegar a la mesa del alcalde y comprobar que el soporte de DVD donde lo han grabado no es compatible con el ordenador del ayuntamiento empiezan a liarse con mil métodos digitales para reproducirlo. Otro nos muestra un matrimonio que acaba de pedir pollo orgánico en un restaurante, pero ante el temor de que alguien pretenda engañarlos deciden pedir la ficha del pollo con su nombre, edad y todos los datos sobre su origen. Como eso no es suficiente, prefieren visitar personalmente la granja donde el animal fue criado para comprobar si cumplía con las condiciones requeridas y después regresar a comer. En otra ocasión se ven envueltos en una especie de película de terror cuando descubren que todos los ciudadanos de Portland se están convirtiendo en DJ'S. Más ejemplos: una pareja que en la reunión de padres del colegio se queja del mal gusto de la oferta músical que los críos tienen a su disposición en la biblioteca. La tercera temporada se vuelve más mordaz y las pequeñas tramas empiezan a tener un arco un poco más grande, manteniéndose incluso durante varios capítulos. En esta un episodio está planteado casi en su totalidad como un homenaje a la MTV. Un personaje, tras darse cuenta de que esa cadena ahora solo emite programas para adolescentes tipo Embarazada a los 16 o Jersey Shore, decide reclutar a viejas estrellas del canal para asaltar la sede y que esta vuelva a recuperar su puesto como referente indiscutible del mainstream musical. Al llegar allí, se encuentra con que la directora de la corporación es una niña de no más de doce años.
Con estos ejemplos creo que os podréis hacer una idea del tipo de comedia con la que juega Portlandia. No se trata en la mayoría de los casos de sketches sencillos con una estructura clásica que busque provocar carcajadas por la falta de raciocinio en la situación. Es cierto que nos presenta un universo muy particular y en cierto modo absurdo, pero la mayoría de las escenas solo buscan recrear ese mundo de ficción, intentando que la mordacidad quede a libre interpretación del espectador. En otras palabras, conectar con su estilo no es nada fácil. Hay que estar dispuesto, prestar atención y pillarle el truco antes de empezar a disfrutar con ella. Una obra que se podría encuadrar en este tipo de comedia que tanto prolifera hoy en día, menos preocupada por la risa que puede provocar también un espectáculo de cabaret o el resbalón con un plátano, y más por servir como alivio a la tensión de los principales conflictos del ser humano a través de la observación de su comportamiento y de personajes que buscan impactar o provocar incomodidad, vergüenza y rechazo en el espectador. Por supuesto, una gran desventaja que sufrimos todos nosotros sin remedio son esos localismos que nos perderemos al no ser residentes del estado de Oregon. El no conocer en profundidad el fenómeno de la cultura hipster que tuvo su apogeo en los 90 ni como funciona la escena musical alternativa americana harán también que sobre un 15% del contenido del programa resulte incomprensible. Aún así es una joya bastante disfrutable (fabulosamente rodada e interpretada) que por supuesto recomiendo.
Portlandia no es redonda, pero sí original y arriesgada. Un reparto brillante, una calidad visual y de grafismos deslumbrante (sorprende que sea un producto de tan bajo presupuesto) y algunas ideas memorables han logrado que en España podamos disfrutar de ella de la mano de Canal+. La estupidez forma parte esencial de la condición humana, y es mucho mejor sacarla fuera de nosotros con un espectáculo televisivo que con lo que vemos a diario entre nuestros amigos ¡Volvamos a los noventa con Portlandia!
No fue hasta 2010 cuando la cadena de espíritu indie IFC (responsable también de Comedy Bang Bang!) les ofreció llevar la esencia de estos vídeos a un espacio semanal de televisión. Para ello contarían en la producción ejecutiva con la escritora de comedia Allison Silverman, que hasta 2009 había ejercido ese mismo puesto en The Colbert Report, y con el veterano productor de SNL Lorne Michaels. Un veterano guionista de Los Simpsons, Bill Oakley, escribe los guiones junto con Armisen, Brownstein y el director Jonathan Krisel. El resultado es un reflejo casi exacto de la visión que el resto de Estados Unidos tiene de Portland, un toque de atención a un estilo de vida moderno que las nuevas generaciones han empezado a asimilar como habitual. Lo vintage, lo retro y ese intento de ser alternativos que nos acaba llevando a lo hortera, la imitación del buen gusto. Portlandia se ha asentado entre el público como un producto indie y alternativo cuando es precisamente ese target el que ridiculiza e intenta diseccionar en cada una de sus piezas. La serie más hipster de la televisión es la misma que no para de reírse de los hipster. Esa tribu urbana, por cierto, que al final resulta ser solo una excusa o una etiqueta para echar balones fuera y achacar nuestros defectos como colectivo a un reducido grupo de gente o una ciudad en concreto.
La serie destroza esta sociedad urbana que a través de la degradación del arte y la cultura o de una industrialización excesiva nos ha convertido en monstruos llenos de necesidades banales y estúpidas, con actitudes que en nuestro interior y en nuestra vida cotidiana hemos asumido como normales, pero que en cuanto alguien nos las muestra desde fuera solo nos hacen sentirnos idiotas. Aquí reside el gran efecto terapeútico de Portlandia. Puede ser una perfecta llamada de atención para todos nosotros, pues es muy probable que nos sintamos identificados con más de una situación (exagerada, por supuesto) que aparece retratada en esta deliciosa comedia. Una gran reflexión sobre la estupidez en la que estamos metidos. Armisen y Brownstein hacen un magistral trabajo actoral poniéndose en la piel de casi todos los personajes, demostrando la impresionante versatilidad de registros que poseen. Las distintas entonaciones y la expresión facial de Fred son de lo mejor del programa, proporcionando una alta comicidad. Fred y Carrie se interpretan a sí mismos como dos compañeros de piso que acaban de mudarse a la ciudad volviéndose fieles amigos y colaboradores de un alcalde interpretado por Kyle MacLachlan, pero además esta pareja se pone en la piel de las dos dependientas de una librería feminista, la pareja formada por Peter y Nina que decide montar en su casa un negocio de Bed and Breakfast, un matrimonio que sobreprotege a su hijo adolescente, un ciclista hippie, un grupo de publicistas maniáticos...
En el segundo programa vemos un sketch donde Fred y Carrie ha compuesto un himno para la ciudad, pero al llegar a la mesa del alcalde y comprobar que el soporte de DVD donde lo han grabado no es compatible con el ordenador del ayuntamiento empiezan a liarse con mil métodos digitales para reproducirlo. Otro nos muestra un matrimonio que acaba de pedir pollo orgánico en un restaurante, pero ante el temor de que alguien pretenda engañarlos deciden pedir la ficha del pollo con su nombre, edad y todos los datos sobre su origen. Como eso no es suficiente, prefieren visitar personalmente la granja donde el animal fue criado para comprobar si cumplía con las condiciones requeridas y después regresar a comer. En otra ocasión se ven envueltos en una especie de película de terror cuando descubren que todos los ciudadanos de Portland se están convirtiendo en DJ'S. Más ejemplos: una pareja que en la reunión de padres del colegio se queja del mal gusto de la oferta músical que los críos tienen a su disposición en la biblioteca. La tercera temporada se vuelve más mordaz y las pequeñas tramas empiezan a tener un arco un poco más grande, manteniéndose incluso durante varios capítulos. En esta un episodio está planteado casi en su totalidad como un homenaje a la MTV. Un personaje, tras darse cuenta de que esa cadena ahora solo emite programas para adolescentes tipo Embarazada a los 16 o Jersey Shore, decide reclutar a viejas estrellas del canal para asaltar la sede y que esta vuelva a recuperar su puesto como referente indiscutible del mainstream musical. Al llegar allí, se encuentra con que la directora de la corporación es una niña de no más de doce años.
Con estos ejemplos creo que os podréis hacer una idea del tipo de comedia con la que juega Portlandia. No se trata en la mayoría de los casos de sketches sencillos con una estructura clásica que busque provocar carcajadas por la falta de raciocinio en la situación. Es cierto que nos presenta un universo muy particular y en cierto modo absurdo, pero la mayoría de las escenas solo buscan recrear ese mundo de ficción, intentando que la mordacidad quede a libre interpretación del espectador. En otras palabras, conectar con su estilo no es nada fácil. Hay que estar dispuesto, prestar atención y pillarle el truco antes de empezar a disfrutar con ella. Una obra que se podría encuadrar en este tipo de comedia que tanto prolifera hoy en día, menos preocupada por la risa que puede provocar también un espectáculo de cabaret o el resbalón con un plátano, y más por servir como alivio a la tensión de los principales conflictos del ser humano a través de la observación de su comportamiento y de personajes que buscan impactar o provocar incomodidad, vergüenza y rechazo en el espectador. Por supuesto, una gran desventaja que sufrimos todos nosotros sin remedio son esos localismos que nos perderemos al no ser residentes del estado de Oregon. El no conocer en profundidad el fenómeno de la cultura hipster que tuvo su apogeo en los 90 ni como funciona la escena musical alternativa americana harán también que sobre un 15% del contenido del programa resulte incomprensible. Aún así es una joya bastante disfrutable (fabulosamente rodada e interpretada) que por supuesto recomiendo.
Portlandia no es redonda, pero sí original y arriesgada. Un reparto brillante, una calidad visual y de grafismos deslumbrante (sorprende que sea un producto de tan bajo presupuesto) y algunas ideas memorables han logrado que en España podamos disfrutar de ella de la mano de Canal+. La estupidez forma parte esencial de la condición humana, y es mucho mejor sacarla fuera de nosotros con un espectáculo televisivo que con lo que vemos a diario entre nuestros amigos ¡Volvamos a los noventa con Portlandia!
Archivo fotográfico ⎪ ifc.com
Es una porquería de programa/show, me saca de mis casillas porque no se aclara. Incomoda. Quizá es eso lo que busca.
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