sábado, 6 de abril de 2013

The Singing Detective, surrealismo musical de posguerra y noir británico ochentero

No, no me he apuntado al concurso del portal 20 minutos para escoger el título más pedante de una entrada de blog. Pero resulta que las miniseries clásicas de la BBC son como las putas: no basta con una, quieres pasar por todas. Si hace unas semanas toda la red se encontraba con el culo torcido rescatando la versión original de la nueva House of Cards de Fincher, ahora es buen momento para dejarse cautivar por esta pequeña producción cuyos seis episodios emitió originalmente la cadena pública británica en 1986. En The Singing Detective su autor Dennis Potter construye una trama endiablada con tintes autobiográficos que gira alrededor de la artritis psoriásica que lo asoló durante gran parte de su vida, y en la que nos regala -con mucho eclecticismo y sin anestesia- homenajes a la novela y el cine negro de los años 30 y 40, complejos cruces entre dimensiones alternativas de la realidad y espectáculos musicales surrealistas que emanan de lo psicótico de una atmósfera que me seguirá fascinando durante años.

Am i right or am i right? 

Su protagonista, Philip E. Marlow (toda una chandleriana declaración de intenciones), es un mediocre escritor de literatura policiaca con una vida mustia y desafortunada que acaba de ser hospitalizado por culpa de una enfermedad que lo ha llenado de pústulas en su rostro, manos y piernas. La piel es el reflejo de su vida: una infancia dura e incomprendida, una trayectoria profesional desdichada y un matrimonio fracasado. Marlow se ha convertido en una persona hermética y egoísta. Su grave estado físico, junto a su negativa a tomar la medicación, lo harán empezar a delirar e introducirse en el mundo fantástico de su descatalogada novela The Singing Detective, aventura sobre un investigador privado que se mueve en un espacio y tiempo indeterminados -pero dentro un ambiente que recuerda inevitablemente a la Gran Bretaña de posguerra- que además canta por las noches en un salón de baile y cuya función es aceptar los casos que la gente que no canta es incapaz de resolver. Esta fantasía se mezcla con flashbacks que nos trasladan también, al estilo del mejor drama campestre de Bergman, a su infancia en una zona rural de Inglaterra durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Un periodo lleno de dudas, miedos y graves conflictos familiares que por alguna extraña razón comienzan a acechar la mente del escritor impidiéndole descansar tranquilo. 



Durante su enclaustramiento, Marlow tendrá la oportunidad de disfrutar de las sesiones de un terapeuta muy peculiar que acabará llegando a la conclusión -casi al mismo tiempo que el espectador- de que este hombre ha usado la creación literaria para exorcizar los sucesos más traumáticos de su pasado. Así, pronto los dos mundos que emanan de su mente empiezan a solaparse entre ellos y con la realidad. El universo del hospital, el noir detectivesco y la inglaterra en plena guerra acaban fusionándose de forma que podamos ver personajes reales y de ficción interactuando entre sí y creando una cuarta dimensión aún más ficticia en la que la exmujer de Philip, Nicola, intenta robarle un guión cinematográfico junto a un productor de Hollywood al que ha convertido en su amante. Muchos de los amigos y enemigos de la vida real de Marlow están representados como los buenos y los malos de su mundo de ficción. Así, un mismo actor interpreta a varios personajes. Ese Michael Gambon en estado de gracia -capaz de pasar del estado más soberbio e irritante al más melancólico y reflexivo- interpreta a Marlow y a su álter ego el detective cantante. Patrick Malahide se pone en la piel de tres personas: el productor de cine Finney; el imaginario Binney, uno de los desencandenantes de la trama de novela negra; y el Binney real, un amante de su madre al que encontró con ella haciendo el amor en el bosque cuando era un niño.  

Malahide encarna la representación del villano. El amante de su madre (y por tanto enemigo de su padre, al que adoraba) es también uno de los personajes malvados de su novela y el productor cinematográfico que está intentando estafarlo. El detective cantante no deja de ser la proyección de eso a lo que Marlow desearía haber llegado: mientras su enfermedad lo ha condenado a ser un pobre diablo postrado en una cama imaginando pequeñas historias que solo llegarán a tres librerías, el detective cantante es un individuo inteligente y mordaz que siempre tiene una respuesta para todo y que puede presumir de llevar una vida intensa actuando en grandes escenarios y resolviendo casos relacionados con contrainteligencia internacional. Muchas imágenes se identifican mediante la metáfora visual. Abundan los momentos en los que esta perturbada mente confunde personajes, asociando a unos la cara de otros. The Singing Detective cuenta además con un soberbio azote metanarrativo hacia los macguffin: dos personajes se dan cuenta en medio del thriller de que no saben nada sobre ellos mismos. Solo son un relleno para la trama, así que deciden saltar al hospital para exigirle a Marlow que les otorgue un pasado y una identidad.   


Poco a poco la serie se va volviendo más compleja e introduciendo elementos bizarros (aunque toda ella es una bizarrada) con el presunto objetivo de desautomatizar al espectador. La trama detectivesca nunca se resuelve, tan solo llegamos a saber que se refiere a un prostíbulo en donde se esconden los nazis que escaparon de la guerra y un asunto de unos misiles rusos, pero es tan irrelevante que no podría importarnos menos. A poco que avance uno se da cuenta de que no está viendo un thriller clásico. Aquí venimos a jugar con la repetición constante de escenas clave mientras se dosifica de manera muy inteligente la información, a personajes empeñados en aniquilar la narración convencional y a la lucha del hombre contra sus conflictos internos. Si observamos detenidamente el relato apenas hay ningún enfrentamiento de Marlow con su entorno más cercano; el de los doctores, enfermeras y pacientes que pululan por el hospital. Toda la historia emana de ese mundo de fantasía que proviene de las obsesiones y malsanas elucubraciones que surgen en Philip tras años de experiencias melancólicas y perturbadoras. Lentamente irás viendo como esta miniserie se vuelve cada vez más compleja y la curiosidad por saber a donde nos llevará no cesa hasta el final. Lo mejor que puedes hacer es sentarte enfrente de ella y disfrutar con la belleza de las imágenes que vas a presenciar. Al final no todo encaja, pero sí todo tiene un sentido

No puedo dejar de mencionar la banda sonora formada por composiciones de mediados de siglo, entre las que destacan algunas piezas de Ella Fitzgerald o Bing Crosby, ya que la serie complementa muy bien el binomio música-imagen. Pero por encima de todo son fascinantes los números musicales surrealistas que se intercalan con el metraje, otro indicativo más de la locura de Marlow y de la genialidad de Potter y del director Jon Amiel. Un magnífico e imprescindible trabajo de guión y dirección. Este autor ha escrito además otras series y películas para televisión con una pinta muy suculenta como Dreamchild, revisitación de la Alicia de Lewis Carroll que explica que ocurre con los personajes cuando llegan a la edad adulta; y Brimstone and Treacle, telefilme de terror diabólico con cuestionamientos de la moral religiosa que sentó las bases del cine de este género. Con lo que me ha gustado The Singing Dective, seguramente no tarde mucho en echarle un ojo a algo más de este brillante guionista injustamente desconocido por estos lares.          


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