Por el momento, lugar y circunstancias en que ha aparecido House of Cards sé que va a hacer historia. Su mera existencia, para bien o para mal, está destinada a marcar un punto de inflexión en el mundo de la comunicación, la distribución y la producción audiovisual. Se trata de una producción original de la plataforma de streaming Netflix cuya primera temporada de trece capítulos fue lanzada completa a principios de año. Todos los capítulos a la vez, para que cada uno los vea a su ritmo. El mismo procedimiento seguirán con la nueva temporada de Arrested Development, prestigiosa comedia cancelada hace ya unos cuantos años y que ahora podremos recuperar gracias a esta iniciativa transmedia que ahora mismo está en condiciones de competir con cualquier cadena de televisión.
Y es que efectivamente, la serie asusta. De buena. Desarrollada por Beau Willimon (guionista de Los idus de Marzo), su calidad no tiene nada que envidiar a cualquier producción de la HBO. La fotografía, el guión o el montaje del piloto son sublimes, y se unen al hecho de que durante los títulos de crédito finales Netflix introduce un recuadro (al más puro estilo Youtube) que enlaza al siguiente episodio. Si esto se estandariza creo que pronto podremos encontrar una línea de adictivos contenidos mucho mejores de los que ofrece la pequeña pantalla y directamente en el ordenador (que al fin y al cabo es donde lo vemos siempre), los cuales lograrían que en el caso de residir en el continente americano no me lo pensase dos veces antes de suscribirme a este servicio.
Estamos ante la adaptación de la miniserie británica del mismo nombre que la BBC emitió en 1990. Los dos primeros episodios fueron dirigidos por uno de los mejores cineastas del panorama actual, David Fincher, responsable de títulos como Se7en, El club de la Lucha o La red social. El reparto también es de lujo, con el fucker de Kevin Spacey haciendo de un inteligente cabrón con ganas de desafiar a todo el mundo mientras hace al espectador partícipe de este universo ruín a través del desprecio por todos los que le rodean. Spacey interpreta a Francis Underwood, un astuto congresista de los Estados Unidos con altas ambiciones que no parará hasta verlas cumplidas. A su alrededor se tejerá un entramado de intrigas políticas, corrupción, manipulación periodística y luchas de poder. Muy Boardwalk Empire. Muy Bárcenas.
Underwood, como lo fueron en su día Don Draper o Nucky Thompson, es un personaje magnético alrededor del que orbitan todos los demás. Es lo que pasa cuando unes a un gran actor con sus buenos primeros planos, su escenografía y una buena calidad de imagen. En algunos momentos puntuales de la narración se permite el lujo de romper la cuarta pared para hablar a cámara al espectador, una decisión que tendrá tanto detractores como seguidores. A mí me ha encantado, no interrumpe el ritmo y además lo que dice es oro puro.
El piloto sitúa a este personaje en un escenario de aparente prosperidad: como coordinador de la cámara del Congreso ha estado durante años lamiendo el culo del ahora presidente electo, y en estos momentos está felizmente preparado para convertirse en su nuevo Secretario de Estado como le habían prometido. Pero las circunstancias parecen más importantes que las promesas para el nuevo morador de la Casa Blanca, que de momento necesita a su pupilo aún en el congreso. Eso por supuesto no será motivo para que Francis y su esposa Claire se den por vencidos y sigan haciendo lo que les de la real gana. Serán ellos quienes tomen indirectamente todas las decisiones a partir de ahora
En su camino será crucial la aparición de la joven reportera de un periódico de Washington con una egolatría poco sana que le propondrá un trato a Francis en sus horas bajas: ella le proporcionará información clasificada a cambio de que ella saque solo lo que a él le interese para perjudicar a sus adversarios. Así el piloto solo es la punta del iceberg del despiadado plan de ascenso al poder que ya circula por la mente del congresista y que veremos a lo largo de la temporada.
Como detalle, me ha encantado la relación del personaje de Spacey con su mujer, totalmente fría y hermética, sin un mínimo atisbo de afecto por a ninguna de las partes, a pesar de que el protagonista asegure amarla profundamente en uno de esos monólogos dirigidos al espectador. Un capítulo que deja con ganas y que me ha convencido para seguir viéndola en los próximos días. Cuando acabe, haré un análisis detallado.
Archivo fotográfico ⎪ netflix.com
Archivo fotográfico ⎪ netflix.com
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