viernes, 26 de julio de 2013

La attention Whore de Lucia Etxebarria


Hay ocasiones en las que el simulacro de talento, la prepotencia y el impacto mediático se colocan por encima del buen gusto y el afán de mejora constante de tu trabajo. Desde que fuese ganadora del premio Planeta Lucía Etxebarria siempre ha intentado reivindicar unos derechos y alzarse con una voz que no le correspondía. Asegurando que dejaría de escribir ante la imposibilidad de ganarse la vida con ello (porque los clásicos de la literatura escribían siempre para enriquecerse), como protesta contra la piratería, realizando apariciones en busca de una impostada notoriedad en Pesadilla en la Cocina y proclamando allá donde fuese una rancia y equivocada idea del feminismo que se olvidará a las primeras de cambio. 

Extebarria quiere emular a columnistas con una glosa bastante más sesuda que la suya como Javier Marías o Pérez-Reverte: transgredir los límites de su limitado y respetable campo de acción para convertirse en un líder de opinión, en un contertulio de mesita de café respetado y repudiado por el pueblo a partes iguales. Su participación en el notablemente austero Campamento de Verano de Telecinco ha logrado eclipsar a los otros exploradores convirtiendo a este infame formato en uno de nuestros sueños más húmedos: un monográfico sobre su persona, con la grasa de su pelo en su momento álgido y sus dientes afilados conviviendo con varios tertulianos habituales de la plantilla de Mediaset y uno de los chicos de Gandía Shore. 

Una deuda con Hacienda es lo que al parecer obligaba a la escritora a participar en un espacio que ella consideraba detestable, propiciando que el contraste entre la recién llegada y el resto de participantes que conocían a la perfección los juegos de la televisión prometiese ser la única baza de un producto que no ofrecía nada que su público potencial no hubiese visto ya en anteriores realitys de corte similar. Ni una semana y media ha sido necesaria para que tanto Lucia como la dirección del programa se diesen cuenta de que aquello se había convertido en un conjunto de bromas crueles hacia su persona que dificultaban tomarse en serio lo que veían en pantalla. A veces la polémica, si no va aderezada con una pizca de originalidad, es tan inefectiva como el entretenimiento blanco más descafeinado.      

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