La serie de la Semana: True Detective

El nuevo fenómeno de la televisión americana, el que esta semana ha sido la comidilla de aficionados y prensa especializada tras convertirse en el mejor estreno de la HBO desde Boardwalk Empire en 2010. Tal éxito es muy fácil de explicar, que no de conseguir. Cuando te adentras en un género como el policíaco, lleno de convenciones y lugares de sobra conocidos por cualquiera, debes contar con unos cuantos activos diferenciales que posibiliten la venta a la cadena y al propio público. En el presente caso estos se traducían en Matthew MacConaughey -actor de moda que superada la cuarentena lleva casi cinco años viviendo una inesperada edad de oro en cine- y en el director Cary Fukunaga, responsable de películas de un gran portento visual como Jane Eyre.

No debería extrañarnos que las expectativas estuvieran por las nubes ni que estas fuesen incluso rebasadas con la emisión de uno de los mejores pilotos que he visto en muchos años. Tanto Fukunaga como el guionista Nic Pizolatto (¿Quién no querría llamarse así?) no solo crean una atmósfera sombría y muy personal, sino que se encargan de que su desarrollo se aleje de los derroteros más previsibles. True Detective habla de dolor e inseguridad y de como nos vemos reflejados en personas que nunca querríamos llegar a ser. Sobre conflictos raciales y religiosos o lo extremadamente cruel de la condición humana. De como ser, bajo las máscaras, un detective (o una persona) de verdad. 

Una mujer aparece calcinada, completamente desnuda, con las extremidades atadas y una cornamenta clavada en su cabeza como parte de un presunto ritual demoníaco. Pero la serie no va de eso, sino de la compleja y contradictoria relación de la pareja asignada a la investigación, la formada por Martin Hart (correctísimo Woody Harrelson) y Rusth Cole (MacConaughey). O más bien del segundo. Los testimonios de ambos detectives en 2012 sobre aquel crimen ocurrido en 1995 se complementan con largos flashbacks a lo largo de los 17 años transcurridos ahora que unos nuevos agentes necesitan su ayuda para reabrir el caso. 

Hart es un padre de familia cristiano natural de Louisiana con una vida aparentemente apacible. Por contraste tenemos a Rusth, prototipo de paleto white trash procedente de Texas  al que la muerte de su hija ha convertido en un individuo repulsivo con unas convicciones nada halagüeñas respecto al exterminio de la especie humana. La narrativa es fragmentaria y deconstruida, como buscando crear un estimulante puzzle a lo largo de estos ocho capítulos. Así nos traslada a diversas situaciones que no siguen una cronología lineal de modo que debe ser el espectador quien construya en su mente todo el discurso, algo que resulta muy inmersivo y consigue llamar la atención lo suficiente para que entres en el juego de intentar unir todas las piezas.

Además, juega con el handicap de que el testimonio de ambos protagonistas no sea totalmente verídico o que estos desconozcan muchos datos que entrarán en juego en el presente, ya que la investigación todavía no está sellada. Estamos ante una evolución natural y moderna, nada rupturista y hermanada con otras apuestas recientes como Rectify o -me aventuro a decir que- la venidera The Red Road. De ritmo pausado y con vocación evocadora de  sensaciones a través de las imágenes y el trabajo actoral. El siguiente paso de la ficción televisiva donde estamos empezando a conocer las mutaciones de Los Soprano, The Wire o Breaking Bad.