" Para ti soy ateo. Para Dios, soy la oposición." Woody Allen
Como lanzar
por primera vez esa supuesta cascada de intensas experiencias que todo lector pululante por
internet desea (y exige, extorsiona o amenaza como si el que escribe tuviese la obligación de colmar las expectativas de
ese público que pese a no retribuir nada al escritor por su actividad se cree
con derecho a recriminarle que no haya cumplido con lo que de él espera)
encontrar aquí. Me asombra a mí mismo que con solo cinco líneas se pueden
extraer dos conclusiones: que sólo se necesitan tres palabrejas tiradas de RAE
para convertir un texto normal en algo como de Juan Manuel de Prada y que un
paréntesis de cuatro líneas es la mejor criba con la que el 90% de ese público que
había empezado a leerte abandonará para siempre en la tercera frase. El público…
esa masa torpe, lenta y a veces caricaturesca adolece de un mal común a
cualquier grupo mínimamente extenso: por separado puedes encontrar un individuo
inteligente, incluso brillante, pero juntos no son más que una casta idiota y
bobalicona, simple parodia de sí mismos,
cuya opinión propia brilla por su ausencia y con una profundidad analítica
inferior a la que podría tener en su mejor año un paramecio. La televisión es
eso. Directivos, analistas, economistas, productores y demás asesinos del arte
cuyo destino más inmediato espero sea el infierno en vida se esfuerzan por
encontrar algo que guste al público cuando lo cierto es que este nunca ha
tenido un gusto decente, de hecho ni siquiera ha querido tener
gusto.
El público sólo busca la crítica más visceral, arremeter contra algo sea
lo que sea, para llenar su rutinaria entrada en el vacío en la que se ven
incapaces de hacer nada por sí mismos. La gente no tiene elevadas aspiraciones,
no intenta ser mejor cada día ni que lo sean sus convecinos, por favor,
vosotros mismos no anheláis que todo a vuestro alrededor sea un poco más
grandioso cada día. Ese hambre porque todo llegue a ser sublime, miraos a la
cara, no existe. A veces pienso que la gente da asco. El resto del tiempo lo sé
a ciencia cierta. También creo que probablemente sería más feliz dentro de ese asco, porque
sólo inmerso en él es uno incapaz de reconocerlo. Ahora diréis que el que habla es el típico nihilista antisocial desencantado de la vida, que no ha
follado en su vida y que descarga toda su frustración contra los que
presumiblemente os considerais felices, escribiendo circunloquios enrevesados
para creerse ilusoriamente mejor que los demás, el gañán prototípico que se va
de profundo pero cuyo único logro será encandilar con su prosa a la modernilla
indie de turno a la que, ataviada con sus gafas de pasta, su carpeta de Muse y
su camiseta de Vetusta Morla o Love of Lesbian espera follarse en los baños de
un Starbucks a plena luz del día. No os falta razón en eso, lo admito, pero
tampoco escasea en lo que digo.
Quería hacer una defensa de la televisión pero lo cierto es que esta es
asquerosa. Pero por favor, no os engañéis, la tele no es ni más ni menos
asquerosa que el resto del planeta en general. Antes de criticar lo horrible
que es un programa miraos a vosotros mismos y cercioraros de lo horribles que
sois vosotros también. Mis palabras, por anodinas e irracionales, se pierden en
su propio eco y sólo puedo decir que, pese a no encontrar un motivo de peso,
esto sigue adelante, quizás sólo para saber a dónde nos lleva. Lo importante no
es el camino (otra puta mentira neofilosófica) sino el destino. Bienvenidos a
todos. Bienvenidos a esta fiesta.
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